miércoles, 8 de abril de 2015

Última carta

Notaba una desagradable sensación, muy desagradable. Realizar aquel camino era como abrir una herida recién hecha para que así el dolor durara aun más y la herida tardara más en cerrarse. Era como si con cada paso que efectuaba, más cerca se encontraba de morir por el peso de su propio dolor.
El principio de aquella herida, que comenzó como de un simple raspazo en la piel se tratara, se sitúa en el momento exacto en el que ella recibió aquel mensaje por su teléfono móvil. Un mensaje proveniente de un número que se sabía de memoria, tanto como sabía leer. Un número que cualquier persona puede aprendérselo en un instante con toda facilidad con la simple circunstancia de sea de una persona: el novio. Y así era. Aquel mensaje provenía de su novio, al igual que la mayoría de los mensajes que ella recibía a lo largo del día. Habría sido otro mensaje más, otro de esos cariñosos mensajes que le enviaba su novio, si no hubiese sido por lo extremadamente corto del mensaje. En vez de aparecer escrito alguna frase cariñosa como siempre, esa vez, ese mensaje, tenia un escueto "adiós".
Quien más quien menos ya se le habría pasado por la cabeza, aunque solo fuera un instante, la más terrible sospecha: la relación se terminó. Aquellos momentos felices no se repetirán y se quedaran en simples recuerdos, que más tarde se convertirán amargos recuerdos. Pero entonces se comienza a pensar, y lo primero que viene a la cabeza es: una broma. Una gracia de las que hace a veces para asustarte un poco y ponerte a prueba. Se repite siempre la misma idea, continuamente, y piensas que es esa la razón del mensaje, pero siempre té queda esa pequeña sensación de inseguridad, que no se va de la cabeza. La herida ya ha nacido.
Ella entonces llega a su casa, dispuesta a no mandar ningún mensaje ni llamar por teléfono a su novio, como castigo a su broma a la que no encuentra gracia, y que ya ha borrado ese fastidioso mensaje. Piensa en no decirle nada, para que empiece a pensar, después a sufrir, y sea finalmente él el que llame. Pero esa noche no llama, ni tampoco envía más mensajes. Y entonces por su cabeza pasa la duda: ¿y si va en serio?
Esa noche sueña, un mal sueño. Sueña que algo le falta, que algo se le ha ido, que no va a volver y que algo ha hecho mal. Son temores, simples temores, no hay hechos que demuestren nada, pero son cosas inevitables, cosas que el cerebro piensa porque no deja de pensar.
Y al día siguiente ella es un alma en pena, consumida por una gran pregunta: ¿llamar o esperar? ¿Llamar y enfadarse o disgustarse o esperar y disgustarse? ¿Cuál es el mejor camino, si hay un camino bueno? Y para empeorar aun más las cosas no hay llamadas, ni mensajes, solo una casa en silencio.
Y entonces alguien a mediodía llama por teléfono. Y ella lo primero que piensa es que es él, y que llama por dos razones: disculparse o romper. Coge el teléfono con miedo, pero sintiendo la imperiosa necesidad de cogerlo.
Y entonces del otro lado sale una voz de mujer mayor, seca y algo afónica, que pregunta por ella. La reconoce, es la madre de su novio, alguien que ha tratado lo suficiente como para tutear. Entonces todas las dudas desaparecen y se convierten en una pregunta: ¿porque llama ella?
Pero antes de pensar en las posibles respuestas, en las posibles causas, una frase seca, afónica y titubeante dice:
-Julián a muerto.
Ella quiere llorar, quiere gritar, quiere patalear, correr a su cama y ahogarse entre las sabanas, pero no puede. No puede porque su cerebro no funciona, se le ha parado el corazón el tiempo suficiente como para que la sangre se le baje a los pies y se sienta atrapada, inmóvil con el teléfono en la mano pegado a la oreja. La vista se nubla y la herida se abre.
Más tarde, sin fuerzas y arrastrando el alma, ella se dirige a la iglesia donde se celebra el funeral. Una ultima despedida, espiritual y tradicional, que ella se dispone a cumplir, más como tramite que como un acto de voluntad. Y cuando acaba, la madre sin hijo entre lagrimas se acerca y la abraza. Ex-madre y ex-novia unen sus lagrimas y aquella le dice a la otra que su hijo dejo una carta para ella, y que le espera en su casa.
Y ahora va abriéndose su herida aun más a medida que va recorriendo los últimos metros hacia la casa del que era su novio. Y justo antes de llegar ve a un hombre, un empleado municipal, bañando la acera con una manguera y frotandola con una vieja escoba de cepillo. Junto al bordillo se escurre el agua, teñida suavemente de rojo.
Entonces la herida se hace más grande y tan profunda que casi la atraviesa. Un escalofrio recorre su espalda, eriza su nuca y la mantiene inmovil, con las pupilas dilatadas. No necesita preguntar a nadie, lo sabe bien ciertamente. La sangre es de Julián. La inseguridad y el miedo se ceban en ella mientras se hace una pregunta: ¿por qué? ¿Qué le impulsó a estrellarse contra la acera?
Su pulso se acelera mientras el ascensor sube. Baja en cuanto llega el piso y toca el timbre con furia. La herida es tan dolorosa que ya no la siente y ahora actúa por su subconsciente. Desea saber que hay en la carta para saber que clase de mal recuerdo ha de quedarle para toda la vida: sí una desesperante tristeza o una terrible furia. Abre la madre y ella la saluda en un tono tan bajo que no se oye. Entra adentro y se dirige a que anteriormente era el cuarto de su novio.
Un cartel cuelga de la puerta: "No toques nada, mama". Ella agarra el pomo, lo gira y lo empuja. En ese momento la puerta de la habitación que se abre en su cabeza descubre a su Julián, con la mirada perdida en un papel blanco. Pero en la habitación de verdad no hay nadie.
El dolor de la herida la ataca de nuevo y una lagrima se le escapa. Entra en silencio, despacio, sintiendo ese enorme vacío. Mira lentamente a su alrededor. La habitación de siempre, pero ahora sin dueño. Y encima de una cómoda un sobre con su nombre.
La coge con la mano temblorosa y la abre despacio. Siente autentico pánico por leer su contenido, pero no deja de pensar que aquellas son las últimas palabras que tendrá de su novio.
Comienza a leerla.

"Querida Marta:
Ante todo siento mucho por lo que estarás pasando ahora. Seguro que ahora mismo no te sentirás con fuerzas ni para permanecer de pie. Es posible que ya sepas bastantes cosas, no sé cuando leerás esta carta, así que seguramente te explicaré cosas que ya sabrás.
Pero antes de que empiece a entrarte en ciertos detalles, he de decirte algo que espero te ayude a entender lo que haré, o mejor dicho lo que he hecho, y sepas comprender que tenia buenos motivos.
Lo que he de darte son las gracias. Gracias por todo este tiempo que has estado conmigo. Gracias por esos momentos felices que me has dado. Gracias también por aquellas peleas que hemos tenido a veces, aunque no lo creas ahora soy feliz de haberlas tenido contigo. Gracias por ese tiempo maravilloso que hemos pasado junto nuestras familias y amigos. Gracias por ese tiempo aun más maravilloso que hemos pasado en la intimidad. Y sobretodo gracias por haberme... por quererme y por dejarme quererte. Gracias por nuestro amor. Siento que te debo la vida, que te debo mucho, y espero que entiendas que he tratado de devolverte el favor.
Ahora te explicaré el resto. Por si aun no lo sabes me tiraré, o me habré tirado por el balcón de casa. Es decir, que pienso suicidarme. Espero que no hallas creído que lo hago porque no soy feliz. Claro que soy feliz, por eso lo he hecho. El motivo es bien simple, voy a morir de todas maneras.
No sé si ya te lo habrán dicho mis padres, pero hace dos meses me encontraron un tumor. ¿Recuerdas aquellos dolores de cabeza? Los hacía esa dichosa bolita de carne enferma dentro de mi cabeza. Me dijeron los médicos que se había extendido mucho, que cubría una glándula del cerebro y que estaba muy adentro o algo así. El caso es que no se me puede sacar y la quimioterapia no me ayudara lo suficiente, tan solo me alargará un poco la vida. Entonces creo que por una vez pensé con claridad. Me quedaba poco tiempo vida, y aun menos de vida normal. En cuanto se me desarrollara el tumor lo suficiente empezaría a tener ataques o algo así. El caso es que ya mi vida me daba igual, pero no podía dejar de pensar en ti. No quiero que sufras por mi culpa, al menos más de lo necesario, y la sola idea de verte llorar porque tuviese un ataque o porque estaría muy débil por la quimioterapia me pone... No quiero hacerte sufrir en vano, no quiero que este pasando por una depresión por mi enfermedad y que después me muera de todas formas. No quiero que pases por el dolor de mi enfermedad si igualmente voy a morir. Por eso he decidido acabar con todo esto ya, sin que sufras tú y sin que sufra yo por hacerte sufrir. Puede que ahora en este momento te parezca que lo que hago sea una locura, pero considero que es mejor que pases por esto de una vez y no durante varios meses.
Solo espero que comprendas la posición en la que me encuentro, y que no me guardes ningún rencor.
Ahora es el momento de sigas tú con tu vida. Yo ya he tenido la mía, ahora trata de pasar sin mí y disfruta de tu vida, pero no me olvides.
Gracias una vez más.
Te quiero.
Julián."

Una lagrima cae sobre el papel y poco a poco va siendo absorbida.

La herida empieza a cerrarse.

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