Notaba
una desagradable sensación, muy desagradable. Realizar aquel camino
era como abrir una herida recién hecha para que así el dolor durara
aun más y la herida tardara más en cerrarse. Era como si con cada
paso que efectuaba, más cerca se encontraba de morir por el peso de
su propio dolor.
El
principio de aquella herida, que comenzó como de un simple raspazo
en la piel se tratara, se sitúa en el momento exacto en el que ella
recibió aquel mensaje por su teléfono móvil. Un mensaje
proveniente de un número que se sabía de memoria, tanto como sabía
leer. Un número que cualquier persona puede aprendérselo en un
instante con toda facilidad con la simple circunstancia de sea de una
persona: el novio. Y así era. Aquel mensaje provenía de su novio,
al igual que la mayoría de los mensajes que ella recibía a lo largo
del día. Habría sido otro mensaje más, otro de esos cariñosos
mensajes que le enviaba su novio, si no hubiese sido por lo
extremadamente corto del mensaje. En vez de aparecer escrito alguna
frase cariñosa como siempre, esa vez, ese mensaje, tenia un escueto
"adiós".
Quien
más quien menos ya se le habría pasado por la cabeza, aunque solo
fuera un instante, la más terrible sospecha: la relación se
terminó. Aquellos momentos felices no se repetirán y se quedaran en
simples recuerdos, que más tarde se convertirán amargos recuerdos.
Pero entonces se comienza a pensar, y lo primero que viene a la
cabeza es: una broma. Una gracia de las que hace a veces para
asustarte un poco y ponerte a prueba. Se repite siempre la misma
idea, continuamente, y piensas que es esa la razón del mensaje, pero
siempre té queda esa pequeña sensación de inseguridad, que no se
va de la cabeza. La herida ya ha nacido.
Ella
entonces llega a su casa, dispuesta a no mandar ningún mensaje ni
llamar por teléfono a su novio, como castigo a su broma a la que no
encuentra gracia, y que ya ha borrado ese fastidioso mensaje. Piensa
en no decirle nada, para que empiece a pensar, después a sufrir, y
sea finalmente él el que llame. Pero esa noche no llama, ni tampoco
envía más mensajes. Y entonces por su cabeza pasa la duda: ¿y si
va en serio?
Esa
noche sueña, un mal sueño. Sueña que algo le falta, que algo se le
ha ido, que no va a volver y que algo ha hecho mal. Son temores,
simples temores, no hay hechos que demuestren nada, pero son cosas
inevitables, cosas que el cerebro piensa porque no deja de pensar.
Y
al día siguiente ella es un alma en pena, consumida por una gran
pregunta: ¿llamar o esperar? ¿Llamar y enfadarse o disgustarse o
esperar y disgustarse? ¿Cuál es el mejor camino, si hay un camino
bueno? Y para empeorar aun más las cosas no hay llamadas, ni
mensajes, solo una casa en silencio.
Y
entonces alguien a mediodía llama por teléfono. Y ella lo primero
que piensa es que es él, y que llama por dos razones: disculparse o
romper. Coge el teléfono con miedo, pero sintiendo la imperiosa
necesidad de cogerlo.
Y
entonces del otro lado sale una voz de mujer mayor, seca y algo
afónica, que pregunta por ella. La reconoce, es la madre de su
novio, alguien que ha tratado lo suficiente como para tutear.
Entonces todas las dudas desaparecen y se convierten en una pregunta:
¿porque llama ella?
Pero
antes de pensar en las posibles respuestas, en las posibles causas,
una frase seca, afónica y titubeante dice:
-Julián
a muerto.
Ella
quiere llorar, quiere gritar, quiere patalear, correr a su cama y
ahogarse entre las sabanas, pero no puede. No puede porque su cerebro
no funciona, se le ha parado el corazón el tiempo suficiente como
para que la sangre se le baje a los pies y se sienta atrapada,
inmóvil con el teléfono en la mano pegado a la oreja. La vista se
nubla y la herida se abre.
Más
tarde, sin fuerzas y arrastrando el alma, ella se dirige a la iglesia
donde se celebra el funeral. Una ultima despedida, espiritual y
tradicional, que ella se dispone a cumplir, más como tramite que
como un acto de voluntad. Y cuando acaba, la madre sin hijo entre
lagrimas se acerca y la abraza. Ex-madre y ex-novia unen sus
lagrimas y aquella le dice a la otra que su hijo dejo una carta para
ella, y que le espera en su casa.
Y
ahora va abriéndose su herida aun más a medida que va recorriendo
los últimos metros hacia la casa del que era su novio. Y justo antes
de llegar ve a un hombre, un empleado municipal, bañando la acera
con una manguera y frotandola con una vieja escoba de cepillo. Junto
al bordillo se escurre el agua, teñida suavemente de rojo.
Entonces
la herida se hace más grande y tan profunda que casi la atraviesa.
Un escalofrio recorre su espalda, eriza su nuca y la mantiene
inmovil, con las pupilas dilatadas. No necesita preguntar a nadie, lo
sabe bien ciertamente. La sangre es de Julián. La inseguridad y el
miedo se ceban en ella mientras se hace una pregunta: ¿por qué?
¿Qué le impulsó a estrellarse contra la acera?
Su
pulso se acelera mientras el ascensor sube. Baja en cuanto llega el
piso y toca el timbre con furia. La herida es tan dolorosa que ya no
la siente y ahora actúa por su subconsciente. Desea saber que hay en
la carta para saber que clase de mal recuerdo ha de quedarle para
toda la vida: sí una desesperante tristeza o una terrible furia.
Abre la madre y ella la saluda en un tono tan bajo que no se oye.
Entra adentro y se dirige a que anteriormente era el cuarto de su
novio.
Un
cartel cuelga de la puerta: "No toques nada, mama". Ella
agarra el pomo, lo gira y lo empuja. En ese momento la puerta de la
habitación que se abre en su cabeza descubre a su Julián, con la
mirada perdida en un papel blanco. Pero en la habitación de verdad
no hay nadie.
El
dolor de la herida la ataca de nuevo y una lagrima se le escapa.
Entra en silencio, despacio, sintiendo ese enorme vacío. Mira
lentamente a su alrededor. La habitación de siempre, pero ahora sin
dueño. Y encima de una cómoda un sobre con su nombre.
La
coge con la mano temblorosa y la abre despacio. Siente autentico
pánico por leer su contenido, pero no deja de pensar que aquellas
son las últimas palabras que tendrá de su novio.
Comienza
a leerla.
"Querida
Marta:
Ante
todo siento mucho por lo que estarás pasando ahora. Seguro que ahora
mismo no te sentirás con fuerzas ni para permanecer de pie. Es
posible que ya sepas bastantes cosas, no sé cuando leerás esta
carta, así que seguramente te explicaré cosas que ya sabrás.
Pero
antes de que empiece a entrarte en ciertos detalles, he de decirte
algo que espero te ayude a entender lo que haré, o mejor dicho lo
que he hecho, y sepas comprender que tenia buenos motivos.
Lo
que he de darte son las gracias. Gracias por todo este tiempo que has
estado conmigo. Gracias por esos momentos felices que me has dado.
Gracias también por aquellas peleas que hemos tenido a veces, aunque
no lo creas ahora soy feliz de haberlas tenido contigo. Gracias por
ese tiempo maravilloso que hemos pasado junto nuestras familias y
amigos. Gracias por ese tiempo aun más maravilloso que hemos pasado
en la intimidad. Y sobretodo gracias por haberme... por quererme y
por dejarme quererte. Gracias por nuestro amor. Siento que te debo la
vida, que te debo mucho, y espero que entiendas que he tratado de
devolverte el favor.
Ahora
te explicaré el resto. Por si aun no lo sabes me tiraré, o me habré
tirado por el balcón de casa. Es decir, que pienso suicidarme.
Espero que no hallas creído que lo hago porque no soy feliz. Claro
que soy feliz, por eso lo he hecho. El motivo es bien simple, voy a
morir de todas maneras.
No
sé si ya te lo habrán dicho mis padres, pero hace dos meses me
encontraron un tumor. ¿Recuerdas aquellos dolores de cabeza? Los
hacía esa dichosa bolita de carne enferma dentro de mi cabeza. Me
dijeron los médicos que se había extendido mucho, que cubría una
glándula del cerebro y que estaba muy adentro o algo así. El caso
es que no se me puede sacar y la quimioterapia no me ayudara lo
suficiente, tan solo me alargará un poco la vida. Entonces creo que
por una vez pensé con claridad. Me quedaba poco tiempo vida, y aun
menos de vida normal. En cuanto se me desarrollara el tumor lo
suficiente empezaría a tener ataques o algo así. El caso es que ya
mi vida me daba igual, pero no podía dejar de pensar en ti. No
quiero que sufras por mi culpa, al menos más de lo necesario, y la
sola idea de verte llorar porque tuviese un ataque o porque estaría
muy débil por la quimioterapia me pone... No quiero hacerte sufrir
en vano, no quiero que este pasando por una depresión por mi
enfermedad y que después me muera de todas formas. No quiero que
pases por el dolor de mi enfermedad si igualmente voy a morir. Por
eso he decidido acabar con todo esto ya, sin que sufras tú y sin que
sufra yo por hacerte sufrir. Puede que ahora en este momento te
parezca que lo que hago sea una locura, pero considero que es mejor
que pases por esto de una vez y no durante varios meses.
Solo
espero que comprendas la posición en la que me encuentro, y que no
me guardes ningún rencor.
Ahora
es el momento de sigas tú con tu vida. Yo ya he tenido la mía,
ahora trata de pasar sin mí y disfruta de tu vida, pero no me
olvides.
Gracias
una vez más.
Te
quiero.
Julián."
Una
lagrima cae sobre el papel y poco a poco va siendo absorbida.
La
herida empieza a cerrarse.
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